jueves, 26 de abril de 2012

Sobre ruedas

En el país menos nórdico de los nórdicos a las ocho de la mañana ya brilla el sol desde hace un par de horas. Aún así, y casi en el mes de mayo, al salir de casa no pueden faltar los guantes, el abrigo y una buena bufanda. Espero en la esquina a que mi semáforo -el de las bicis- se ponga verde. Emprendo la marcha con precaución.


Copenhague es la capital europea de las bicicletas por excelencia. Montada sobre estas dos ruedas, 25 minutos de camino diario al trabajo, todo se ve de otra manera. Por la luz parece mediodía, pero el viento cortante en la cara me recuerda que queda una larga jornada por delante. Todos me adelantan, yo circulo despacio, relativamente, tratando de hacerme con las reglas de circulación y ciclo-costumbres. Y observando todo lo que voy dejando atrás a mi paso. Panaderías con unos bollos riquísimos en los escaparates a unos precios que no me da tiempo a ver, ni quiero. Hombres en traje y mujeres con altos tacones pedaleando, algunas incluso llevan casco (con lo que aplasta el pelo…).  Ya he aprendido que cuando el semáforo se va a poner rojo, conviene no pasarlo en ámbar. En su lugar, si voy a girar a la izquierda en una calle de doble sentido y lo veo factible, acorto por el paso de peatones. Antes me bajaba, y llevaba la bici con la mano. Ahora ya no. Y no sé si es del todo “legal”, pero no soy la única. La gente que espera al autobús se amontona en la parte de la acera donde da el sol. Los coches esperan pacientemente para girar hasta que pasamos todos los ciclistas. Un niño con un casco estampado como una sandía, llora desconsolado en su sillín en la parte trasera. Un chico joven habla por el móvil mientras coge un desvío.  Una mujer se para en un Seven Eleven para comprar un café. No se molesta en candar la bici. La ciudad está en obras por todas partes. Los semáforos son, a veces, largos y tediosos.

Empiezo a tener calor, sudores… Es la señal de que apenas me quedan diez minutos para llegar. Obviamente mi sensación térmica después de otros diez pedaleando no es la misma que cuando salí de casa. Y no soy tan afortunada de llevar una equipación como estos ejecutivos que llegan en malla y camiseta transpirable al trabajo y allí pueden tomar una ducha… Van como un rayo. Y mientras yo adelanto a una mujer con el pelo canoso. Me caen chorretones de sudor. Tengo que comprarme un abrigo adecuado. Más niños lloran en la acera mientras su madre les baja de la Nihola. Madres jóvenes, muy jóvenes, y los padres también, llevan a sus pequeños a la guardería. Chinos, o filipinos, asiáticos en general, qué más da, recogen latas y envases del suelo por los que después obtienen unas cuantas coronas danesas. Entro en una zona de adoquines viejos; ya me deshice de todo el tráfico, un día más, con éxito. Me dejo llevar, para no dar botes y conseguir que la comida del táper llegue intacta, y que la cadena de la bici no se me salga. Cuatro minutos. Algún que otro camión de reparto mañanero que sortear. Tres semáforos, una pirulilla más y habré llegado a la oficina. Todo sobre ruedas.

domingo, 15 de enero de 2012

Efecto dominó

Salgo de la habitación a por una botella de agua. En el salón mis padres juegan al mus con unos amigos, ahí llevan toda la tarde. Cuando vuelvo a salir, me parece entender a mi madre - copa de vino en mano - no se qué de la residencia. Al cabo de un rato los amigos se van y mi madre sigue al teléfono... Oigo algo de una ambulancia.

Quiero ir a preguntar, pero no sé si es buena idea. Finalmente, me dice que su tía tiene neumonía y se la están llevando al hospital. Pienso en mi abuela, cuidando del pequeño de cuatro hermanos, su marido, en cómo cuidó al mayor y en cómo se ocupa de los dos medianos, como puede. Residencias, ambulancias y sillas de ruedas... y ella ni utiliza bastón. Poco a poco van cayendo a su alrededor, es el efecto dominó de la vida... y me pregunto qué se le estará pasando a ella, la última pieza, por la cabeza.


jueves, 5 de enero de 2012

Feliz hipocresía


Felices fiestas. Feliz navidad. Feliz año. Felices reyes. Todo son comilonas, fiestas y regalos. Y que se pare el mundo porque cambiamos de año. Los comercios cierran antes para que todo el mundo pueda ir a sus casas a preparar el cenorrio del día 31 y oh, grandes trabajadores españoles, la jornada laboral se reduce unas horas (que pena que no puedan ser más porque las fiestas hayan caído en fin de semana) y los afortunados reciben un par de días libres para poder ir a casa. Nada nada, a olvidarse de hacer vida normal del 23 de diciembre al 6 de enero. Ni los históricos monasterios de importantes pueblos pueden visitarse porque han cogido vacaciones como los escolares. Atiborrémonos mientras podamos. El pavo en navidad, el cordero en nochevieja y el roscón en reyes.

Y mientras cambia el gobierno-así es menos duro-, se proponen los recortes, las subidas de impuestos y el paro aumenta.

Pero oye, la Gran Vía intransitable, las colas de las tiendas quilométricas y los restaurantes a rebosar. Eso sí, las luces de Madrid este año brillan por su ausencia.

Ah, y grandes fechas estas para pasar con la familia, “porque claro, es que es imposible juntarnos todos en otro momento…”

Como molan las navidades…  (Pero, ¿Qué narices pasa en este país?)