"Si los de abajo nos movemos los de arriba se caen" (Una lona algo paradójica teniendo en cuenta que era colgada desde un mítico edificio en obras). Desde abajo, miles de personas contemplábamos entusiasmados hasta que se colocó la última brida y la plaza de Sol, abarrotada a las ocho de la tarde, estalló en aplausos. Horas antes, en el mismo lugar, se habían improvisado mesas electorales para votar un referéndum y las marchas convocadas en los diferentes puntos de la capital confluían en Cibeles poniendo de manifiesto la creciente indignación que no cesa de aflorar.
Ahora bien, están los indignados, y están los resignados. Quienes dijeran que el movimiento 15-M era cosa de perroflautas fueron, probablemente, aquellos que nunca pasaron por Sol los pasados meses de mayo y junio, aquellos que abren un periódico y se creen todo lo que leen, aquellos que cómodamente contemplan el televisor desde su sofá acompañados de una cervecita y un platito de jamón, aquellos que se excusan diciendo "que no creen en la política" y se cruzan de brazos... sin olvidar, por supuesto, a aquellos que, persistiendo en esta afirmación, temen profundamente que todos los "perroflautas" acabemos consiguiendo algo.
La pasada primavera el mundo empezó a despertar. Túnez, Egipto y Libia se convirtieron en protagonistas mundiales. Después lo fue Madrid. Y este 15 de octubre, estos perroflautas han conseguido que el mundo entero sea portada. Casi 1000 ciudades y más de 80 países congregando a todos los indignados del mundo ha marcado un hito en la historia del siglo XXI. Alguien, a mi lado, calificó el evento de Madrid como festivo-funerario, y si bien es cierto que entre tanta gente cada uno era de su madre y de su padre, que alguna simbología estaba fuera de lugar y que el motivo de la manifestación no era para hacer una fiesta, el ambiente no dejaba indiferente a nadie; el sábado eran todo emociones. De izquierdas o derechas, nacional o internacional, pobre o menos pobre, hijo, padre o abuelo... millones de personas salimos a la calle para mostrar lo enfadados que estamos; nadie pudo pararlo, y este primer paso sí es un motivo de celebración.
Pero ahora ya hay que ponerse serios, porque queda todo un camino por delante si no queremos encontrarnos dentro de unos años un escenario devastado por ese 1% del que tanto se ha hablado el sábado. Si nos quejamos, es con razón. Esto acaba de empezar y no terminará el 20 de noviembre; la culpa no es sólo de Pepito o Zenganito, quienes por cierto, todavía no son conscientes del poder y la fuerza que tenemos las nuevas generaciones y sobre todo cuando somos respaldadas por las precedentes.
Los resignados se jactan desde su sillón de que siguen esperando un resultado material de todo este sarao que han montado los perroflautas y yo digo que los grandes objetivos se consiguen paso a paso, caminando despacio y con cautela, consiguiendo pequeños logros (y el del sábado, no fue precisamente pequeño). Lo que está claro es que si se mira hacia otro lado cada vez que se menciona el 15-M y se cambia de tema, si no se levanta uno del sillón e intenta dar un par de pasos, no habrá oportunidad de que caigan los de arriba. Y tú, qué: ¿Estás indignado o resignado?
Ahora bien, están los indignados, y están los resignados. Quienes dijeran que el movimiento 15-M era cosa de perroflautas fueron, probablemente, aquellos que nunca pasaron por Sol los pasados meses de mayo y junio, aquellos que abren un periódico y se creen todo lo que leen, aquellos que cómodamente contemplan el televisor desde su sofá acompañados de una cervecita y un platito de jamón, aquellos que se excusan diciendo "que no creen en la política" y se cruzan de brazos... sin olvidar, por supuesto, a aquellos que, persistiendo en esta afirmación, temen profundamente que todos los "perroflautas" acabemos consiguiendo algo.
La pasada primavera el mundo empezó a despertar. Túnez, Egipto y Libia se convirtieron en protagonistas mundiales. Después lo fue Madrid. Y este 15 de octubre, estos perroflautas han conseguido que el mundo entero sea portada. Casi 1000 ciudades y más de 80 países congregando a todos los indignados del mundo ha marcado un hito en la historia del siglo XXI. Alguien, a mi lado, calificó el evento de Madrid como festivo-funerario, y si bien es cierto que entre tanta gente cada uno era de su madre y de su padre, que alguna simbología estaba fuera de lugar y que el motivo de la manifestación no era para hacer una fiesta, el ambiente no dejaba indiferente a nadie; el sábado eran todo emociones. De izquierdas o derechas, nacional o internacional, pobre o menos pobre, hijo, padre o abuelo... millones de personas salimos a la calle para mostrar lo enfadados que estamos; nadie pudo pararlo, y este primer paso sí es un motivo de celebración.
Pero ahora ya hay que ponerse serios, porque queda todo un camino por delante si no queremos encontrarnos dentro de unos años un escenario devastado por ese 1% del que tanto se ha hablado el sábado. Si nos quejamos, es con razón. Esto acaba de empezar y no terminará el 20 de noviembre; la culpa no es sólo de Pepito o Zenganito, quienes por cierto, todavía no son conscientes del poder y la fuerza que tenemos las nuevas generaciones y sobre todo cuando somos respaldadas por las precedentes.
Los resignados se jactan desde su sillón de que siguen esperando un resultado material de todo este sarao que han montado los perroflautas y yo digo que los grandes objetivos se consiguen paso a paso, caminando despacio y con cautela, consiguiendo pequeños logros (y el del sábado, no fue precisamente pequeño). Lo que está claro es que si se mira hacia otro lado cada vez que se menciona el 15-M y se cambia de tema, si no se levanta uno del sillón e intenta dar un par de pasos, no habrá oportunidad de que caigan los de arriba. Y tú, qué: ¿Estás indignado o resignado?
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