¿En qué momento pasa uno de la simple resignación de quedarse en casa un viernes por motivos justificados a tirarse por la ventana porque estos mismos motivos han sembrado la locura en el cerebro?
Este es mi tercer viernes consecutivo que me quedo en casa sin salir y sin embargo todavía ni he subido la persiana de la ventana, a pesar de que hoy no he cenado la tradicional pizza de los viernes sino una humilde ensalada delante de la pantalla del ordenador. ¿Facebook? Sí bueno, aparte. La responsabilidad ha llamado a mi puerta y ha llegado acompañada de una extraña satisfacción que pelea mano a mano con la pereza de tener que hacer 12 entregas del máster en un tiempo récord. ¡Se me ha olvidado hasta salir a echar el euromillon! Y he declinado una oferta tardía de vinos y croquetas, ¡por las malditas entregas! ¿Será que mi nueva paciencia adquirida en el país de los mil dioses se está administrando excelentemente bien para repeler el estrés y los agobios anticipados?
Sea lo que sea parece bueno pero no puede serlo tanto... Me acabará pillando el toro porque el domingo me liaré en La Latina, y llegaré el lunes de resaca a trabajar (toquemos madera) y empezaré mal la semana. Pero bueno, de momento estamos a viernes y estoy contenta con mi nueva vida. Algo está cambiando, aunque todavía no sé qué.
Este no es un viernes cualquiera. Es el viernes en el que comienza la maratón del postgrado compitiendo con una vida laboral monótona pero inevitable para "mi experiencia"; es un viernes tedioso, largo, lleno de "traducción e interpretación en los servicios públicos", de dilemas morales sobre "qué haría si como intérprete me pide un paciente que le diga que está muy enfermito al médico, cuando en realidad no lo está, y aún así el médico le manda de nuevo al trabajo y el paciente le pone de vuelta y media"... Un viernes acompañado de Radiohead y una tableta de chocolate mientras tecleo sin cesar, pensando ¿por qué no me voy a dar una vuelta? Pero no puedo separarme de la pantalla, tengo que hacer las entregas por narices. Así que me resigno, y no me impaciento - tengo toda una vida por delante para beber vino y comer croquetas - y cuando termino por fin a las doce de la noche siento esa extraña satisfacción aún sabiendo que este no es más que el inicio de una serie de viernes que me robarán la vida social y la energía durante unos cuatro meses. Porque sé que no serán viernes como todos los anteriores en las que una nube negra era la que se llevaba mi energía y dejaba mi cuerpo como el de un cadáver, vacío, tendido en el sofá delante de la televisión. Es un agradable viernes casero que además me ha sacado del estancamiento que yo misma he contagiado a este mi pobre blog que ya empezaba a estar abandonado.
Y todavía me quedan ganas de escribir. Me merezco unos donettes. Y el primer capítulo de la quinta temporada de Los Soprano.
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Sea lo que sea parece bueno pero no puede serlo tanto... Me acabará pillando el toro porque el domingo me liaré en La Latina, y llegaré el lunes de resaca a trabajar (toquemos madera) y empezaré mal la semana. Pero bueno, de momento estamos a viernes y estoy contenta con mi nueva vida. Algo está cambiando, aunque todavía no sé qué.
Este no es un viernes cualquiera. Es el viernes en el que comienza la maratón del postgrado compitiendo con una vida laboral monótona pero inevitable para "mi experiencia"; es un viernes tedioso, largo, lleno de "traducción e interpretación en los servicios públicos", de dilemas morales sobre "qué haría si como intérprete me pide un paciente que le diga que está muy enfermito al médico, cuando en realidad no lo está, y aún así el médico le manda de nuevo al trabajo y el paciente le pone de vuelta y media"... Un viernes acompañado de Radiohead y una tableta de chocolate mientras tecleo sin cesar, pensando ¿por qué no me voy a dar una vuelta? Pero no puedo separarme de la pantalla, tengo que hacer las entregas por narices. Así que me resigno, y no me impaciento - tengo toda una vida por delante para beber vino y comer croquetas - y cuando termino por fin a las doce de la noche siento esa extraña satisfacción aún sabiendo que este no es más que el inicio de una serie de viernes que me robarán la vida social y la energía durante unos cuatro meses. Porque sé que no serán viernes como todos los anteriores en las que una nube negra era la que se llevaba mi energía y dejaba mi cuerpo como el de un cadáver, vacío, tendido en el sofá delante de la televisión. Es un agradable viernes casero que además me ha sacado del estancamiento que yo misma he contagiado a este mi pobre blog que ya empezaba a estar abandonado.
Y todavía me quedan ganas de escribir. Me merezco unos donettes. Y el primer capítulo de la quinta temporada de Los Soprano.
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