Acabo de ver una película que me ha traído muchos recuerdos; de ahora, de mi viaje a la India y de mucho antes de él. La he pillado a la mitad, así que ni siquiera puedo hacer una crítica, pero el título es horrible: "Un corazón invencible" (mi parte de traductora supone que el título original en inglés no inspira tanto rechazo). Además la protagonista es Angelina Jolie, que probablemente a muchos de nosotros su nombre todavía nos siga remitiendo directamente a Lara Croft y por tanto nos rechine un poco verla en películas como ésta, de marcados tonos realistas y temas puramente humanos como la esperanza y la entereza de una persona ante situaciones dolorosas, incomprensibles y cuya resolución escapa a nuestro alcance - aunque cierto es que no es la primera película de esta actriz que está rodada en escenarios llenos de miseria y conflictos políticos o terroristas, en culturas completamente opuestas a la occidental.
El caso es que al final me la he tragado, y no puedo decir que sea una mala película porque, aunque lo he pasado mal por ciertos paralelismos que mi mente inconscientemente ha querido encontrar, he disfrutado cada vez que escuchaba hablar hindi o cuando cambiaban de escenario, de Pakistán a la India, y reconocía a la perfección el graznido de los cuervos, los cláxones sonar, o veía un auto-rickshaw en una esquina de la pantalla. La narración jugaba constantemente con retrocesos en el tiempo o bruscos cambios de escenario en el mismo espacio temporal y los recuerdos del pasado nos enseñaban esa vulnerabilidad que el personaje de Angelina, Mariane Pearl, se esfuerza por ocultar ante el secuestro de su marido por parte de un grupo terrorista.
Esperaba - y aquí va un spoiler - un final reconfortante y feliz. Esperaba que después de tanto sufrimiento le dieran una alegría a la embarazadísima Mariane y encontraran a su marido con vida; sin embargo el guión de esta película parte de una historia real y las historias de la vida no siempre tienen un final feliz. ¿Reconfortante? Puede ser, si tomamos como moraleja el final de la película, en el que Mariane narra cómo se propone afrontar y superar todo lo sucedido antes de que su niño llegue al mundo, y nos lo creemos, y conseguimos hacerlo nuestro, con un poquito de paciencia y sin olvidar que el mensaje viene de la gran pantalla. Porque resulta que más allá de la ficción, toda obra tanto cinematográfica como literaria parte de una historia, más o menos real, escrita por una persona que también vive, siente y se emociona como el resto de los mortales. Por eso en ocasiones las opiniones sobre estas obras pueden llegar a ser bien diferentes en función de quién las juzgue. Probablemente pocos se hayan sentido identificados en la escena en la que Mariane recibe la noticia de que su marido ha sido decapitado. Ergo, le ha perdido definitivamente, tiene que asumirlo. Mariane es fuerte, Mariane no se viene abajo delante de toda esa gente hasta que no se encierra en un cuarto ella sola y pega un alarido que solo algunas personas podemos comprender. Y después otro. Y cuando se quiere dar cuenta tiene la cara empapada en sudor y lágrimas. Para algunos parecerá una exageración; Otros encontramos pequeñas analogías vitales. Se trata de recibir algún mensaje e interpretarlo. Yo hoy puedo irme a la cama con al menos una lectura, y es que los finales no siempre son felices (yo diría que todo lo contrario, por eso son finales), pero hay que aguantar el dolor, y canalizarlo como se pueda. Es la selva de la vida; un pulso constante.
El caso es que al final me la he tragado, y no puedo decir que sea una mala película porque, aunque lo he pasado mal por ciertos paralelismos que mi mente inconscientemente ha querido encontrar, he disfrutado cada vez que escuchaba hablar hindi o cuando cambiaban de escenario, de Pakistán a la India, y reconocía a la perfección el graznido de los cuervos, los cláxones sonar, o veía un auto-rickshaw en una esquina de la pantalla. La narración jugaba constantemente con retrocesos en el tiempo o bruscos cambios de escenario en el mismo espacio temporal y los recuerdos del pasado nos enseñaban esa vulnerabilidad que el personaje de Angelina, Mariane Pearl, se esfuerza por ocultar ante el secuestro de su marido por parte de un grupo terrorista.
Esperaba - y aquí va un spoiler - un final reconfortante y feliz. Esperaba que después de tanto sufrimiento le dieran una alegría a la embarazadísima Mariane y encontraran a su marido con vida; sin embargo el guión de esta película parte de una historia real y las historias de la vida no siempre tienen un final feliz. ¿Reconfortante? Puede ser, si tomamos como moraleja el final de la película, en el que Mariane narra cómo se propone afrontar y superar todo lo sucedido antes de que su niño llegue al mundo, y nos lo creemos, y conseguimos hacerlo nuestro, con un poquito de paciencia y sin olvidar que el mensaje viene de la gran pantalla. Porque resulta que más allá de la ficción, toda obra tanto cinematográfica como literaria parte de una historia, más o menos real, escrita por una persona que también vive, siente y se emociona como el resto de los mortales. Por eso en ocasiones las opiniones sobre estas obras pueden llegar a ser bien diferentes en función de quién las juzgue. Probablemente pocos se hayan sentido identificados en la escena en la que Mariane recibe la noticia de que su marido ha sido decapitado. Ergo, le ha perdido definitivamente, tiene que asumirlo. Mariane es fuerte, Mariane no se viene abajo delante de toda esa gente hasta que no se encierra en un cuarto ella sola y pega un alarido que solo algunas personas podemos comprender. Y después otro. Y cuando se quiere dar cuenta tiene la cara empapada en sudor y lágrimas. Para algunos parecerá una exageración; Otros encontramos pequeñas analogías vitales. Se trata de recibir algún mensaje e interpretarlo. Yo hoy puedo irme a la cama con al menos una lectura, y es que los finales no siempre son felices (yo diría que todo lo contrario, por eso son finales), pero hay que aguantar el dolor, y canalizarlo como se pueda. Es la selva de la vida; un pulso constante.
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