lunes, 12 de septiembre de 2011

Síndrome postvacacional, vuelta al cole y esas cosas...

El mejor remedio para combatir las consecuencias de tres puntos en el pie como resultado de la insensatez de salir de fiesta con sandalias no es precisamente escuchar en los telediarios de las 3, de las 9 y en el informativo express de media noche sobre las innumerables terapias absurdas que se han puesto de moda para curar el síndrome postvacacional, remontar la cuesta de septiembre y la adaptación de los nenes que pasan de la guarde al cole, teniendo en cuenta que el periodo de reposo absoluto ha sido de tres días frente a la tele y como en el anuncio de Ikea: de la cama al sofá, del sofá a la cama, de la cama a la cocina y después al sofá, sin olvidar las duchas sentada en una banqueta con el pie derecho envuelto en una bolsa del Alcampo.

En efecto, tres días muy intensos en los que he sentido profundamente el síndrome postvacacional. Pero jamás se me ocurriría medicarme con pastis de herbolario, madrugar el fin de semana para readaptarme a la rutina, ir a hacerme un masaje o incluso rafting, para soltar la adrenalina, según antena 3 (y menos en mi estado, claro), sólo porque sufro de síndrome postvacacional. Prefiero asumir mis obligaciones laborales y mentalizarme para cuando empiecen y enchufarme todos los capítulos de los Soprano posibles. Y si no hubiera estado lisiada, hubiera exprimido el puente y cerrado los garitos de Madrid.



Sin embargo, tres "días de subirse por las paredes" acaban por arrojar planteamientos existenciales entre los cuales muchos están de más, y acentuados por ese síndrome postvacacional que tanto nos empeñamos en afirmar que existe (como el síndrome primaveral y todas esas enfermedades que nos inventamos en cada cambio de estación). Desde la ventana, apoyada en la muleta que no sé utilizar, el cielo se veía muy negro y la proximidad del otoño y el mal tiempo oscurecía las perspectivas de futuro. Hoy, día en que debería empezar mi síndrome postvacacional - porque para mí el año nuevo empieza en septiembre -, a pesar de ir cojeando a mi  nuevo trabajo he llegado a la conclusión de que no hacer nada es malo para la salud, muy malo. Y que aunque dé pereza madrugar y todo lo nuevo asuste, lo importante es hacer algo, mantenerse ocupado. Lo demás ya irá viniendo. Es como una reacción en cadena... O eso espero.

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